Llegó muy alterado, tan aterrado como sudoroso, tenía los glóbulos de los
ojos desorbitados, alcanzó a agarrar las ropas de la asustada vieja jalándola
hacia él, lanzó un sonido gutural indescriptible, el viejo en ese instante moría
de terror, el corazón le había estallado.
- Hay que preguntarle al “Chemito”, él le acompañaba y le ayudo a llegar
– propuso un pariente.
Antes que el Chemito diera sus primeras impresiones a la gente allí
reunida, pasamos a revisar los antecedentes ligados al caso.
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Le pasó primero a la tía Domitila que venía del pueblo junto a su pequeño hijo, todos los lunes bajaba a comprar los elementos que en la parcela no se podían producir.
El camino ya tenia una fama del terror pero todo se había complicado hace
un mes atrás cuando un misterioso camión había atropellado a la hija menor de los
Hernández, los lugareños plantaron una crucecita en el lugar pero cuando las
viejas de la iglesia llevaban unas velas a la semana del lamentable suceso la
animita había desaparecido.
Contaba la tía Domitila que cuando traía la carretilla llena de trastos
mientras el pequeño Carlos caminaba detrás, el niño de improviso se puso a hablar
y a detallar quien era y donde vivía.
Domitila era una mujer fuerte, la vida le había enseñado a defenderse y
aunque en aquel pueblo todos cultivaban la amabilidad, ella arremetería contra
el primero que le hiciera daño a su hijo, pues era el única huella de una
familia fallida, Domitila era viuda. Cuando la mujer voltio la cabeza para ver
con quien platicaba su hijo ya no tenia motivos para estar alerta, al lado del
pequeño Carlos caminaba un sacerdote. La madre pensó inmediatamente que era el
nuevo cura, en la localidad se le esperaba hace una semana.
El camino era de arena y estaba plagado de incomodas piedras, era una
ruta obligada para todos los lugareños, incluyendo a los creyentes que iban de
visita a la antigua y única iglesia.
Domitila cruzó unas palabras con el cura, pero cuando voltio para
indicarle cuanto quedaba para arribar a la vieja casa de Dios el sacerdote
había desaparecido, de su presencia no había ningún rastro.
La anécdota del cura fantasma se trasformo
en todo un mito para los familiares de la viuda y cuya historia no gustaban de
compartir con otras personas por temor al descrédito o al ridículo. En el
pueblo todos eran muy conservadores, estas cosas ligadas al Diablo se hablaban
con temor y muy despacio, casi susurrando.
La segunda anécdota de origen
extraño le paso al tío Anibal que era el hermano mayor de Domitila, era
bonachón aunque muy solitario, sus únicos amigos eran los perros de la parcela,
el los cuidaba y los alimentaba. Anibal solía gastar sus pocos pesos ganados en
sus faenas diarias en la cantina del pueblo, todos los domingos bajaba a “ponerse
sus vasitos de aguardiente con limón”, la chicha y el vino era para
“mariconcitos” como él siempre decía.
No era una anécdota en sí, para
Anibal el camino presentaba sucesos en plural, el siempre contaba que en mitad
del camino le salían duendes “buenos” que lo acompañaban cuando borracho se salía
del camino, estos duendes lo acompañaban hasta llegar a su cama, Anibal también
hablaba de los duendes “malos” que le arrojaban piedras, incluso él les ponía
color siendo los benevolentes los “verdes” y los malévolos los “rojos”.
En la casa nunca nadie le creyó, al
tío Anibal le jugaba en contra ser un borracho permanente y su soledad hacia
que nadie le ayudara a solventar sus historias. La vieja de la casa, madre de
Anibal generalmente censuraba estas historias, le molestaba que fueran a llamar
a fuerzas ocultas que después no sabrían como deshacerlas, además ella era muy
devota de la virgen del Carmen, no podía concebir en su mente un mundo ligado
de sucesos extraños. Las historias de Anibal se contaban en voz baja en la
bodega o en la caballeriza entre los peones de la parcela para no incomodar a
la vieja.
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- Hay que preguntarle al “Chemito”, él le acompañaba y le ayudo a llegar
– propuso un pariente.
El Chemito algo perturbado por ver al patriarca de la casa, al hombre que
por años fue el más fuerte de la familia yacer en la muerte producto de un
incomprensible horror, señaló:
- Con el patrón pasábamos por el lugar donde murió la niñita de los
Hernández cuando de entre medio de las “matas” apareció un “chancho gigante” más
grande que nuestros caballos, echaba fuego por su mirada y aullaba como una
fiera salvaje, de seguro era el mismo Diablo – al Chemito la voz se le había
convertido en un hilo, le salía muy bajita, estaba aun muy nervioso.
Luego Añadió: - El patrón saco el
cuchillo y se lo hundió en el costado al “Chancho”, no lo alcanzo a morder pues
el animal volvió a las “matas” de donde había salido…
Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!! Era el grito de la
vieja, el único que se había sentido en la casa… por años…
Cuenta mi abuelo que en esa casa donde todos “hablaban bajito” nunca más
se sintió un grito desde la muerte de mi tatarabuelo por ese enigmático ser. Cosas
que pasan en el campo.
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