sábado, 30 de diciembre de 2017

El Diablo



Cuando la tía Susana contaba la historia yo era adolescente, el relato solía ser un clásico cada vez que nos juntábamos en casa del abuelo a celebrar su cumpleaños.

En todo caso la historia pertenecía a la legendaria tía abuela Melanea quien era la más hermosa de las hermanas del abuelo Pancho, el que huyó del campo a los 12 años, el que no quería trabajar la tierra, el mismo que juntaba a la familia cuando solía estar de cumpleaños.

El pueblito se llamaba Los Rulos y estaba cercano a Curacaví, quizás todavía existe pero este hombre ya de cuarenta años lo desconoce.

La fiesta debió haber sido importante porque en ella se juntaba todo el clan de la familia y solo esta bordeaba el centenar de personas, también habían muchos invitados ilustres del pueblo, el marco temporal debió situarse en los años 40 ya que el tata Pancho se estaba transformando en adolescente. Dicen que las tierras del patrón del bisabuelo eran extensas, un verdadero “fundo” decía la abuela siempre en su afán de maximizar las cosas.

La tía Melanea siempre fue la mas bella de la familia, en aquel entonces era la mayor y destacaba con firmeza no solo de sus hermanas y primas, sino que incluso se podía afirmar que era la más bella del pueblo, cuando no era por la pobreza de sus vestidos la solían confundir como una de las hermosas hijas del patrón. La tía Melanea siempre era cortejada por los jóvenes del lugar y cuando existían estas ocasiones festivas era la que se llevaba todas las miradas.

En Los Rulos todo el mundo se conocía, Melanea sabia con certeza quienes eran sus pretendientes ya que solía casi por deporte negarles la grata oportunidad de compartir con ella, además, pasar la aprobación de los bisabuelos debió haber sido toda una hazaña.

El nuevo joven que llegó al pueblo era todo un misterio ya que no se le conocía trabajo, de seguro se mantenía con alguna herencia dejada por un rico familiar. Era un huaso fiero, de tez muy blanca, cabello oscuro, buen porte y fuerte presencia. Lo más llamativo de su estética era que solía vestir de negro, portaba un pícaro bigote, su sombrero era de finas terminaciones y portaba unas espuelas de plata. La tía Susana cuando adaptaba la historia decía que si hubiese tenido un antifaz de seguro hubiese parecido “El Zorro” interpretado por un galán mexicano o español. Era el “Diauloooo” como solía recordar la tía Melania estando ya muy vieja.

Este enigmático huaso a todas luces quería impresionar a la tía Melanea y a sus hermanas y lo estaba logrando muy bien al llegar a la fiesta en un furioso caballo negro, fino semental quizás extraído desde un lejano país árabe. El “Diablo” estaba “dateado”, pues sabia con precisión donde encontrar a mi tía y cual era la parafernalia exacta para poder captar su atención.


Su llegada fue cinematográfica hasta el momento de hacerse camino entre los invitados para llegar a presentarse donde Melanea y besar galantemente la mano derecha de su cortejada. Melanea no estaba sola, ella y su grupo tuvieron la impresión que el tiempo se detenía cuando llego el majestuoso huaso a presentar sus saludos, pareciese que todas hubiesen sido hechizadas y enamoradas por el carisma y presencia de tal apuesto galán.

La tragedia sobrevino cuando el gallardo caballero puso su rodilla derecha sobre el piso para besar como un príncipe la mano de Melanea, al flexionar su cuerpo hacia delante se escucho un sonoro, largo y desdichado peo.

La tía Melanea rió a llorar, a ella ningún hombre le podía pedir compostura. El “Diablo” todo compungido desapareció de la fiesta como por arte de magia.

La fiesta continúo todo el día hasta entrada la noche. En todo momento no se habló nada que no fuera el desafortunado evento que afecto al misterioso huaso. Si aun tenía una oportunidad con la tía Melanea solamente podía ser decidido por un golpe de suerte y el tiempo. Mucho tiempo.

Cuando el cotejo expiró las principales damas de la fiesta fueron devueltas a sus respectivos hogares por el único camión que existía en el pueblo que era de Don José Linares el hombre mas acaudalado de Los Rulos.

La tía Susana terminaba su relato siempre con el suceso que marcaba la apoteosis de tan particular evento. Contaba que la camioneta cargada de señoritas justo a mitad de camino se cruzó con un caballo negro lo que casi la hace dar vuelta provocando el accidente de todos los que transportaba, a metros del suceso siendo sorprendido por las altas luces del vehiculo se encontraba el “Diablo” de la fiesta en medio de las hierbas y las moras, en cuclillas, con los pantalones abajo, mostrando sus vergüenzas mientras evacuaba sus pestilencias. El hecho fue la noticia del pueblo que duro más de una década.

Del huaso galán nunca más se supo en los Rulos, lo que si sabemos es que los sucesos de ese día motivaron aun más a que mi tía Melanea muriera “solterona” ya entrado los noventa años.

sábado, 24 de junio de 2017

El Lechero del Pueblo




Sucedió en la localidad de Tomé, en un pueblito enclavado cerca del cerro Frutillares en un tiempo donde los abuelos eran aun los que administraban los hogares.

Rolando Hinojosa se llamaba el viejo que pasaba todas las mañanas ofertando el litro de leche. Este personaje era el único lechero que transitaba por las largas calles de arena y piedra, tenía cerca de los sesenta años pero el trabajo, el sol y quizás el sufrimiento lo hacían ver un octogenario. Contrariamente a su edad era nuevo en el rubro de vender leche, el mismo se encargaba de decir que “estaba aprendiendo”. Era simpático el hombre, de su vida solo se sabía que tenía varios hijos seguramente con una mujer de toda la vida.

A pesar del buen carácter que profesaba, a más de alguno en el pueblo le entristecía que cargara sobre sus hombros una gran lechera de aluminio de unos 40 litros, este esfuerzo sobrehumano parecía no afectar los días de Don Rola.

Muy comentada fue la situación que a las pocas semanas de ser conocido como el nuevo lechero del poblado Don Rola apareció distribuyendo su precioso producto en una remozada carreta, el hombre ya no andaba a pie y el folklórico vehículo mas el caballo fue el rápido premio de su singular esfuerzo.



¡Pueblo chico, infierno grande! En estas localidades que suelen estar alejadas de toda gran ciudad, hasta el más mínimo detalle da que hablar a sus aburridos y rutinarios habitantes, la gente comenzaba a murmurar que el origen de la riqueza de Don Rola quizás se debía a un pacto con el mismísimo Diablo, o tal vez de la olla robada a un duende, un desentierro de un tesoro pirata, una herencia de un pariente lejano, en fin… Los pueblerinos de las zonas rurales suelen ser muy crédulos.

            Luís Aguilera que era el “Practicante” y el “Boticario” del lugar y por ende el hombre más culto tenía una singular teoría:

            - Naaaaa… Ese tipo  lo que hace es echarle agua, mucha agua a la leche.

            El pueblo clamaba por cosas nuevas, todo era añejo y repetido, los pueblerinos necesitaban del mito y prefirieron la historia donde intervenía el Diablo u otra figura fabulosa.

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            Habían pasado muchos días donde se cruzaron varias otras historias que mantenían la atención en ese pueblito mientras el lechero seguía pasando sin novedad y sin prisa cada amanecer.

            Llegaría nuevamente Don Rola a ser el centro de la atención en aquel lugar, ahora sentado sobre su nueva carreta lucia un llamativo y caro sombrero de fieltro de tipo fedora, el lechero se encargaba de resaltar su trofeo relatando que era de pelo de conejo, si esto lo vemos en perspectiva el “gorro” le daba un status nunca antes alcanzado por otro habitante del pueblo.

            Ese sombrero era su tesoro máximo, lo lucia como una extraña y preciosa conquista, una especie de medalla de honor que le daba un carácter de latifundista de viejo cuño, se notaba aun mas feliz que nunca, su caminar era gallardo y orgulloso, incluso le había cambiado la voz, era todo un galán.

            El sombrero para el ahora “Don Rolando” lo había dotado de cierto poder, ya que ahora no solo se le veía vendiendo la leche sino que en toda la poca vida social que pudiese tener el pueblo. Don Rola en la plaza, Don Rola en la cantina, Don Rola en la misa dominguera, Don Rola en la cancha de fútbol y también comprando en el mercado, y en todas sus campantes apariciones mostrando su máximo logro, el sobrero fedora de color gris.

            Doña Lucía la principal casera y confidente de Don Rola ya le había explicado a las otras señoras lo mucho que el hombre se vanagloriaba de su sombrero, ella creía haber escuchado que Don Rola lo mando a encargar a la capital, y que ese gorrito venia desde muy lejos, de un país llamado Italia o Roma, ella solo sabia que era el país del Papa, Don Rola le contaba que era su “Borsalino” original, era mas valioso que su caballo y su carreta y ni siquiera el alcalde del lugar tenia un sombrero como el de él.

            El llamativo sombrero del lechero le había dado poderes míticos a su autoestima, nadie imaginaba que le pasaría al viejo si el accesorio se le llegaba a perder.


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            Un joven junto a su enamorada fueron mudos testigos de los trágicos hechos.

            La primicia nuevamente la tenía Doña Lucía, la vieja contaba que la joven pareja se habían ido a bañar al único río que pasaba por el pueblo, estos vieron al viejo descender de su carreta y hacer “algo” a sus ya varios lecheros de aluminio, Don Rola al agacharse sobre el cause del riachuelo vio impávidamente como su sombrero caía sobre las inmundas aguas y la corriente se lo llevo de la forma mas rápida posible.

            Los enamorados están seguros de escucharlo vociferar:


            -¡El río me lo dio, el río me lo quito!

miércoles, 17 de mayo de 2017

Navidad del 82’



Lo recuerdo como el ser que ame clandestinamente, nunca tuve el valor de decírselo, tenía las manos surcadas por miles de trabajos y un carácter que no podía flaquear ante la vida. El viejo siempre fue un arquetipo de su época.

Si nuestra comunicación fue tan nefasta se debía a que yo era el mayor, él discutía mucho con la vieja, amaba mucho a mi mamita y siempre tomaba partido por ella, había muchas bocas que alimentar y él era el responsable de ese decepcionante todo.
Era el 82, se aproximaba la navidad.

Cuando faltaba el dinero el viejo semanas antes nos fabricaba camioncitos de madera, por mucho que “trajinamos” con mi hermano no pudimos encontrar nada.

En nochebuena lo odie con todos mis fuerzas, la vieja por mucho que nos engaño cantando villancicos, se notaba que toda celebración sería en vano, pues nunca puso las ollas a calentar, menos recuerdo haber visto regalos, aun así la pobre vieja puso la mesa lo mejor que pudo, pero él nunca llego, recuerdo que la vieja lloro toda la noche…

…el viejo llego pasadito la madrugada.

Siempre renegué del él desde ese día, de seguro tenia otro hogar y una amante a quien hacer feliz.

El viejo murió hace un par de años, yo me casé, forme mi hogar y me lleve a mi viejita a vivir conmigo.

Hablando con mi mamá siempre le extraño esa “tirantes” que tenia con quien era mi padre. Mi vieja lo defendía, sé que aun lo llora y me contó que como hace mas de 30 años atrás en una navidad el viejo no llego porque se había ido a trabajar a una ciudad del interior como jornal y muchas veces se venia después del turno en el viejo camión de su compadre, el patrón prometió pagarle todo el sueldo del mes al final de la jornada pero nunca se apareció por la obra, el compadre tampoco fue trabajar y el viejo se tuvo que venir caminado por decenas de kilómetros…



Me duele nunca haberle dicho papa. El titulo de padre también se gana con los hechos. En perspectiva las discusiones fueron variables de la pobreza, pero el hombre siempre trabajo por su hogar y es esa fortaleza y voluntad la que siempre le trato de inculcar a mis hijos, creo que los estoy educando bien…


…también llevan la sangre de mi PAPÁ.

miércoles, 3 de mayo de 2017

La Familia que Susurraba






Llegó muy alterado, tan aterrado como sudoroso, tenía los glóbulos de los ojos desorbitados, alcanzó a agarrar las ropas de la asustada vieja jalándola hacia él, lanzó un sonido gutural indescriptible, el viejo en ese instante moría de terror, el corazón le había estallado.

- Hay que preguntarle al “Chemito”, él le acompañaba y le ayudo a llegar – propuso un pariente.

Antes que el Chemito diera sus primeras impresiones a la gente allí reunida, pasamos a revisar los antecedentes ligados al caso.

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Le pasó primero a la tía Domitila que venía del pueblo junto a su pequeño hijo, todos los lunes bajaba a comprar los elementos que en la parcela no se podían producir.

El camino ya tenia una fama del terror pero todo se había complicado hace un mes atrás cuando un misterioso camión había atropellado a la hija menor de los Hernández, los lugareños plantaron una crucecita en el lugar pero cuando las viejas de la iglesia llevaban unas velas a la semana del lamentable suceso la animita había desaparecido.

Contaba la tía Domitila que cuando traía la carretilla llena de trastos mientras el pequeño Carlos caminaba detrás, el niño de improviso se puso a hablar y a detallar quien era y donde vivía.

Domitila era una mujer fuerte, la vida le había enseñado a defenderse y aunque en aquel pueblo todos cultivaban la amabilidad, ella arremetería contra el primero que le hiciera daño a su hijo, pues era el única huella de una familia fallida, Domitila era viuda. Cuando la mujer voltio la cabeza para ver con quien platicaba su hijo ya no tenia motivos para estar alerta, al lado del pequeño Carlos caminaba un sacerdote. La madre pensó inmediatamente que era el nuevo cura, en la localidad se le esperaba hace una semana.

El camino era de arena y estaba plagado de incomodas piedras, era una ruta obligada para todos los lugareños, incluyendo a los creyentes que iban de visita a la antigua y única iglesia.

Domitila cruzó unas palabras con el cura, pero cuando voltio para indicarle cuanto quedaba para arribar a la vieja casa de Dios el sacerdote había desaparecido, de su presencia no había ningún rastro.

            La anécdota del cura fantasma se trasformo en todo un mito para los familiares de la viuda y cuya historia no gustaban de compartir con otras personas por temor al descrédito o al ridículo. En el pueblo todos eran muy conservadores, estas cosas ligadas al Diablo se hablaban con temor y muy despacio, casi susurrando.

            La segunda anécdota de origen extraño le paso al tío Anibal que era el hermano mayor de Domitila, era bonachón aunque muy solitario, sus únicos amigos eran los perros de la parcela, el los cuidaba y los alimentaba. Anibal solía gastar sus pocos pesos ganados en sus faenas diarias en la cantina del pueblo, todos los domingos bajaba a “ponerse sus vasitos de aguardiente con limón”, la chicha y el vino era para “mariconcitos” como él siempre decía.

            No era una anécdota en sí, para Anibal el camino presentaba sucesos en plural, el siempre contaba que en mitad del camino le salían duendes “buenos” que lo acompañaban cuando borracho se salía del camino, estos duendes lo acompañaban hasta llegar a su cama, Anibal también hablaba de los duendes “malos” que le arrojaban piedras, incluso él les ponía color siendo los benevolentes los “verdes” y los malévolos los “rojos”.

            En la casa nunca nadie le creyó, al tío Anibal le jugaba en contra ser un borracho permanente y su soledad hacia que nadie le ayudara a solventar sus historias. La vieja de la casa, madre de Anibal generalmente censuraba estas historias, le molestaba que fueran a llamar a fuerzas ocultas que después no sabrían como deshacerlas, además ella era muy devota de la virgen del Carmen, no podía concebir en su mente un mundo ligado de sucesos extraños. Las historias de Anibal se contaban en voz baja en la bodega o en la caballeriza entre los peones de la parcela para no incomodar a la vieja.

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- Hay que preguntarle al “Chemito”, él le acompañaba y le ayudo a llegar – propuso un pariente.

El Chemito algo perturbado por ver al patriarca de la casa, al hombre que por años fue el más fuerte de la familia yacer en la muerte producto de un incomprensible horror, señaló:

- Con el patrón pasábamos por el lugar donde murió la niñita de los Hernández cuando de entre medio de las “matas” apareció un “chancho gigante” más grande que nuestros caballos, echaba fuego por su mirada y aullaba como una fiera salvaje, de seguro era el mismo Diablo – al Chemito la voz se le había convertido en un hilo, le salía muy bajita, estaba aun muy nervioso.

Luego Añadió: -  El patrón saco el cuchillo y se lo hundió en el costado al “Chancho”, no lo alcanzo a morder pues el animal volvió a las “matas” de donde había salido…

Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!! Era el grito de la vieja, el único que se había sentido en la casa… por años…

Cuenta mi abuelo que en esa casa donde todos “hablaban bajito” nunca más se sintió un grito desde la muerte de mi tatarabuelo por ese enigmático ser. Cosas que pasan en el campo.